Por Mariano Carballude, especial para BM Archivos Radio
Quedó una sensación ambivalente en el aire del Dolby Theatre al finalizar la 97° edición de los premios Oscar. Conan O’Brien, con su típico humor ácido, condujo una ceremonia que parecía celebrar el cine independiente, pero que también podría leerse como un ajuste de cuentas de Hollywood consigo mismo tras un año de narrativas polarizadas.
Anora, la cinta de Sean Baker, arrasó con cinco estatuillas (incluyendo Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Actriz) mientras The Brutalist y Emilia Pérez se repartieron victorias… meritorias.
Pero, ¿fue esto un reconocimiento genuino a las voces fuera del sistema o un intento desesperado por corregir el rumbo tras el exceso de atención a proyectos como Emilia Pérez, que llegó con 13 nominaciones y salió con solo dos premios?
La respuesta parece no ser blanco o negro, sino más bien, y tratándose de cine, Technicolor.
El dominio de Anora (una producción de bajo presupuesto sobre una stripper de Brooklyn que se enamora del hijo de un oligarca ruso) sugiere que la Academia quiso premiar el riesgo y la autenticidad.
Sean Baker, quien también se llevó el Oscar a Mejor Dirección, agradeció en su discurso a la Academia “por celebrar un film verdaderamente independiente”, un grito que resonó tras años de dominio de blockbusters industriales y narrativas prefabricadas.
Mikey Madison, su protagonista, se alzó con el premio a Mejor Actriz, superando a favoritas como Demi Moore (The Substance) y Karla Sofía Gascón (Emilia Pérez), en una victoria que subraya el poder de una interpretación cruda sobre el glamour tradicional.
Que Anora haya ganado también los premios a Mejor Edición y Mejor Guión Original refuerza la idea de un cine artesanal que se impone al brillo fatuo de Hollywood.
Sin embargo, la debacle de Emilia Pérez, el musical de Jacques Audiard que prometía arrasar, invita a otra lectura.
Con 13 nominaciones (un récord para una película no hablada en inglés), el film se fue con apenas dos premios: Mejor Canción Original (El Mal) y Mejor Actriz de Reparto (Zoe Saldaña).
Tal vez podría ser el fatídico resultado del escándalo que envolvió a Gascón, cuya nominación histórica como la primera actriz trans abiertamente reconocida se vio opacada por tweets racistas y xenófobos surgidos de antaño, y su tour de disculpas fue un desastre.
Pero entonces… ¿la Academia cansada de la “moda woke” que dominó discursos recientes, decidió castigar al film entero? ¿Fue esto un rechazo al oportunismo percibido o una señal de que Hollywood vuelve a preferir historias menos forzadas? Probablemente ambas cosas.
The Brutalist, por su parte, se llevó tres premios, incluidos Mejor Actor para Adrien Brody y Mejor Fotografía. Un reconocimiento a su ambición épica de 215 minutos sobre un sobreviviente del Holocausto.
Brody, quien venció a Timothée Chalamet (Un Completo Desconocido… la película, no el actor) , dio un discurso maratónico que desafió la música de salida, agradeciendo “a Dios, al mundo y a todos en él”.
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Su victoria, tras arrasar en los Globos de Oro y los BAFTA, sugiere que la Academia aún valora el peso actoral sobre el carisma juvenil (Chalamet, a pesar de su SAG, no pudo romper la maldición de los perdedores del Screen Actors Guild).
La fotografía de The Brutalist es un lienzo de sombras y texturas y pudo superar a titanes como Duna: Parte Dos, mostrando que la técnica sigue siendo la reina del baile.
En las categorías de reparto, Kieran Culkin (Un Dolor Real) y Zoe Saldaña consolidaron todos los pronósticos.
Culkin, con su mezcla de humor y vulnerabilidad en el papel de un hombre enfrentando su herencia judía, venció a contendientes como Guy Pearce (The Brutalist), mientras Saldaña barrió con premios de la temporada, siendo la “primera estadounidense de origen dominicano” en ganar un Oscar.
Estos triunfos reflejan una preferencia por actuaciones que equilibran profundidad y accesibilidad, algo que Wicked (con sus 10 nominaciones pero 0 victorias) no logró capitalizar a pesar de su éxito comercial.
Pero entonces, ¿qué nos dicen los Oscar 2025? Por un lado, el cine independiente (Anora, The Brutalist… incluso I’m Still Here como Mejor Película Internacional) se impuso en un año donde los grandes estudios (Duna: Parte Dos, Wicked) se fueron con las manos vacías.
Esto podría interpretarse como un respaldo a creadores como Baker, quienes trabajan con “sangre, sudor y lágrimas”, según él mismo dijo.
Pero también podría leerse un trasfondo cínico: tras años de críticas por su “exceso” de diversidad y por premiar proyectos “políticamente correctos” más por ideología que por mérito, la Academia pudo haber usado a Emilia Pérez como chivo expiatorio, aprovechando su controversia para dar un giro conservador disfrazado de progresismo indie.
Fue una ceremonia caótica, de casi cuatro horas, que reflejó un Hollywood en transición.
Los Oscar 2025 no resolvieron el debate entre arte e industria, pero dejaron claro que, al menos por ahora, el riesgo tiene más peso que la fórmula. O eso queremos creer.